
Jesús, se acerca en cada acontecimiento, en los sacramentos, en la mirada de un niño, en mil detalles con los que podemos descubrir su presencia. Y, por supuesto, vendrá definitivamente al final de los tiempos. Y, también para ello y sin olvidarlo, nos preparamos.
Hoy, cuando damos una ojeada a la realidad del mundo (aborto, maltratos, guerras, secuestros, inundaciones, vejaciones, crisis, falta de empleo, suicidios…) nos hace pensar que, el universo, está maltrecho. Que algo, dentro de él, no marcha bien. Por ello mismo, porque hay circunstancias que nos preocupan, deseamos de todo corazón y lo pedimos con fe, que venga pronto el Salvador.
Hoy, entre otras cosas, hacen falta personas que inunden muchas realidades con el sabor de la fe y de la esperanza.
No podemos quedarnos en el conformismo. En exclamar “la vida es así”. Necesitamos de Alguien que salga a nuestro encuentro y que nos empuje a ser sembradores de paz y de esperanza.
La Navidad, a la vuelta de la esquina, es precisamente el reverso de este mundo. Un Dios que es garantía, salvación, felicidad, amor, entusiasmo, delicadeza, solidaridad, calma, sosiego y bondad. Sólo, aquellos que con humildad trabajen su corazón en este tiempo de adviento, serán capaces de intuir y vivir lo que el Señor nos trae: amor de Dios hacia el hombre.
Que el Señor, en medio de tantos conflictos que nos aturden, nos infunda valor, esperanza y ánimo para que, cuando venga, nos encuentre ardiendo como una lámpara y vivos como las aguas de un río. ¡A prepararse!
QUE TE VEA VENIR, SEÑOR: Pese a los acontecimientos que, en el mundo, son presagio de destrucción y desolación. Aún a sabiendas de que, Tú siempre apareces sin demasiado ruido y con el cortejo de la humildad. Que te vea venir, Señor: Porque, a veces siento, que mis ojos buscan lo efímero, que mis manos acarician el gusto por las cosas, que mis pies, prefieren los caminos fáciles. Que te vea venir, Señor: Porque, muchas veces, estoy dormido. Siento el cansancio de la espera.
Me pregunto si, tu venida, ya nunca ocurrirá. Miro al mundo, y me asusto de lo que en él. Necesito un soplo de tu presencia. La esperanza de tu Palabra. La seguridad de tus promesas. La justicia, frente a tanta mediocridad. Tu verdad, ante tanta mentira. Tu nacimiento, ante tanta muerte. Que te vea venir, Señor: Y, sólo así, mi Señor la angustia se convertirá en paz, la tristeza en alegría o, el llanto, en gozo por tu venida al mundo. ¡Ven, y sálvanos! Amén.